domingo, 29 de enero de 2012

una más.

Aprendí a usar la razón, pues comprendí que las cosas no funcionan por la gravedad de su impulso y mucho menos por cantidades de deseo se inviertan en ellas. ¿Aprendí, realmente? ¿Para qué engañarme? Se que por mucho que me intenta convencer, esta maldita ética, este maldito tic-tac constante que me agujerea el cerebro como gota que no cesa; no me dejará apartar las cortinas que me hacen verlo todo tan turbio. Con exactitud, veo un paisaje de colores vivos pero tenues. Pájaros que desaprendieron a volar y ahora están sentados sobre ramajes, apedreando sus vidas unos a otros mediante miradas vagas y tristes. Y saben que si, que ahora sus vidas dependen de la misma razón que yo ando buscando, pero igual... no saben dónde está. Así que juegan, se hacen convencer unos a otros de que su plumaje es brillante y perfecto, aunque la verdad es que son tan grises como el vuelo que ya no emprenden.
Y su trinar de jilgueros ahogados en mitad de un océano de jaulas. Jaulas que ellos mismos han decidido fundir a sus alas. Casi no sienten, casi no piensan, casi ni saben que existen. Y cuando me acerco a uno de ellos para recordarles que siguen siendo en ese lugar, me doy cuenta de que... yo también enjaulé a todo lo que pienso, todo lo que siento... todo lo que soy.

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